Algunas reflexiones acerca de la enseñanza del ajedrez en las escuelas.
Una clase de ajedrez
¨No basta con dar pasos que algún día nos conduzcan a la meta;
sino que cada paso debe ser, en sí mismo, una meta,
sin dejar de ser paso.- ¨
W. Goethe
Un taller de ajedrez, una clase de ajedrez, un espacio de ajedrez – espacio de ajedrez suena mas moderno, ¿verdad?- . Sí, un profesor de ajedrez y niños jugando al ajedrez. Esto debe ser – aunque puede que no se sepa muy bien porqué- , algo realmente positivo, sin duda una actividad inteligente e intelectual.
En la clase juegan al ajedrez e intentan dominar los secretos de unos rebeldes trocitos de madera sobre un tablero cuadriculado…
Y surgen entonces las preguntas: ¿Porqué el ajedrez? ¿Para qué, en definitiva, tomarse la molestia? ¿Para que tengan un mejor rendimiento escolar general? ¿Para que ejerciten su razonamiento, cálculo, pensamiento deductivo? ¿Para que en el futuro se conviertan en excelentes jugadores de ajedrez, incluso de nivel internacional?
Mucho, mucho puede decirse de las cualidades del ajedrez.
Pero no será esta la ocasión.
Voy a dar una muestra aquí, de algo de lo que ocurre en una clase de ajedrez. Pero antes, cabe primero preguntarse por la educación de modo más general.
La educación de un niño es como un cuadro, o más precisamente: la formación de un niño es como un cuadro.
Un cuadro, obra imperecedera o producto meramente decorativo, está formado por innumerables pequeñas pinceladas. Cada una de ellas, insignificante en sí misma.
Si una pincelada en particular fuera olvidada por el artista, tal vez no cambiaría demasiado el resultado final, pero, pequeña y sutil, la una junto a la otra y la otra y la otra…crean y conforman la obra. Son la obra.
Así también en la formación de un niño, de un ser humano.
La diferencia está, desde luego, en la calidad de las pinceladas. Son, como ya expresé, innumerables:
La curiosidad y anticipación de saber qué hay en ese libro que tanto deseamos.
El cuidado de que el uniforme esté bien prolijo.
Ese insecto raro que encontramos camino a la escuela.
La importancia de tomar un buen desayuno.
La satisfacción de ayudar a un amigo en problemas.
El ver a otros niños solo tres o cuatro años mas chicos con un juguete y comentar con aire de veterano curtido:- Uy! ¿Te acordás de esos muñecos…?
Y saber que el dibujo del robot -¡realmente!- le gustó a nuestros padres!
Entonces: ¿Qué pasa en una clase de ajedrez?
Bueno, algunas pinceladas:
El juego limpio, sin trampas; entender que solo yo soy responsable de mis jugadas; aprender a perder y aprender a ganar; la alegría de encontrar una movida hermosa; el placer de la lucha; la necesidad de respetar las reglas, pieza tocada pieza jugada, y no se puede volver atrás!; la rivalidad –la buena y la otra-; saber que yo soy mejor que el otro, pero hay otro que es mejor que yo – y aceptar que así sea-; la admiración y respeto de un niño cuatro o cinco años mas grande por uno de primero, y que es buenísimo!; darse cuenta de que todos comenzamos la partida con la misma cantidad de piezas, pero todos hacemos algo distinto con ellas… y muchas, muchas otras cosas pasan en una clase de ajedrez…
Observando en una ocasión una partida entre dos niños, le comento a un tercero: Uy, mirá! no se dio cuenta de tal y tal cosa… Éste mira con sorpresa al que había dejado pasar la oportunidad, y le dice no sin cierta indignación:- ¿Pero cómo? ¿Todavía no entendiste? No muevas cualquier cosa. ¡Primero hay que pensar, y después hay que actuar!
Luego me mira, y agrega con noble satisfacción: ¡Me lo enseñó mi abuelo!
Dr. Marcos De Anna
¨No basta con dar pasos que algún día nos conduzcan a la meta;
sino que cada paso debe ser, en sí mismo, una meta,
sin dejar de ser paso.- ¨
W. Goethe
Un taller de ajedrez, una clase de ajedrez, un espacio de ajedrez – espacio de ajedrez suena mas moderno, ¿verdad?- . Sí, un profesor de ajedrez y niños jugando al ajedrez. Esto debe ser – aunque puede que no se sepa muy bien porqué- , algo realmente positivo, sin duda una actividad inteligente e intelectual.
En la clase juegan al ajedrez e intentan dominar los secretos de unos rebeldes trocitos de madera sobre un tablero cuadriculado…
Y surgen entonces las preguntas: ¿Porqué el ajedrez? ¿Para qué, en definitiva, tomarse la molestia? ¿Para que tengan un mejor rendimiento escolar general? ¿Para que ejerciten su razonamiento, cálculo, pensamiento deductivo? ¿Para que en el futuro se conviertan en excelentes jugadores de ajedrez, incluso de nivel internacional?
Mucho, mucho puede decirse de las cualidades del ajedrez.
Pero no será esta la ocasión.
Voy a dar una muestra aquí, de algo de lo que ocurre en una clase de ajedrez. Pero antes, cabe primero preguntarse por la educación de modo más general.
La educación de un niño es como un cuadro, o más precisamente: la formación de un niño es como un cuadro.
Un cuadro, obra imperecedera o producto meramente decorativo, está formado por innumerables pequeñas pinceladas. Cada una de ellas, insignificante en sí misma.
Si una pincelada en particular fuera olvidada por el artista, tal vez no cambiaría demasiado el resultado final, pero, pequeña y sutil, la una junto a la otra y la otra y la otra…crean y conforman la obra. Son la obra.
Así también en la formación de un niño, de un ser humano.
La diferencia está, desde luego, en la calidad de las pinceladas. Son, como ya expresé, innumerables:
La curiosidad y anticipación de saber qué hay en ese libro que tanto deseamos.
El cuidado de que el uniforme esté bien prolijo.
Ese insecto raro que encontramos camino a la escuela.
La importancia de tomar un buen desayuno.
La satisfacción de ayudar a un amigo en problemas.
El ver a otros niños solo tres o cuatro años mas chicos con un juguete y comentar con aire de veterano curtido:- Uy! ¿Te acordás de esos muñecos…?
Y saber que el dibujo del robot -¡realmente!- le gustó a nuestros padres!
Entonces: ¿Qué pasa en una clase de ajedrez?
Bueno, algunas pinceladas:
El juego limpio, sin trampas; entender que solo yo soy responsable de mis jugadas; aprender a perder y aprender a ganar; la alegría de encontrar una movida hermosa; el placer de la lucha; la necesidad de respetar las reglas, pieza tocada pieza jugada, y no se puede volver atrás!; la rivalidad –la buena y la otra-; saber que yo soy mejor que el otro, pero hay otro que es mejor que yo – y aceptar que así sea-; la admiración y respeto de un niño cuatro o cinco años mas grande por uno de primero, y que es buenísimo!; darse cuenta de que todos comenzamos la partida con la misma cantidad de piezas, pero todos hacemos algo distinto con ellas… y muchas, muchas otras cosas pasan en una clase de ajedrez…
Observando en una ocasión una partida entre dos niños, le comento a un tercero: Uy, mirá! no se dio cuenta de tal y tal cosa… Éste mira con sorpresa al que había dejado pasar la oportunidad, y le dice no sin cierta indignación:- ¿Pero cómo? ¿Todavía no entendiste? No muevas cualquier cosa. ¡Primero hay que pensar, y después hay que actuar!
Luego me mira, y agrega con noble satisfacción: ¡Me lo enseñó mi abuelo!
Dr. Marcos De Anna
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